Al principio me mostraba reticente: la mayor parte de gente que me recomendaba ver The Wire eran los mismos a los que les había alucinado The Sopranos. Empezamos mal. Así que me pasé los dos primeros capítulos de The Wire buscándole pegas: que si el hecho de que la única mujer del grupo de polis sea lesbiana es demasiado obvio, que si casi todos los personajes rozan el cliché, que si los capítulos duran una hora, que si los apuntes de las vidas personales de los protagonistas son escasos y difusos... Pero al tercer capítulo empecé a olvidarme de los defectos y a concentrarme en los aciertos. Empezando por algo que no me pasa demasiado a menudo y que he de celebrar por todo lo alto: ¡los capítulos de una hora de esta serie se me pasaban volando! ¿Cómo podía ser? ¿Cuándo me había rendido?
Dejando de lado mi mítica (y contraproducente) tendencia a consumir la cultura con ideas prefijadas (que eso es algo que nos pasa a todos, ¿no?), he de admitir que lo de The Wire, después de haberme tragado la primera temporada como el que respira, es muy grande. Mucho. No sólo despliega una trama apasionante de una forma ordenada, inteligente, alimentando las tramas paralelas con una claridad transparente y deslumbrante a la vez, sino que pone sobre su delicioso tablero de ajedrez unos personajes apasionantes... ¡sin necesidad de recurrir a vidas personales truculentas ni falsamente íntimas (y/o psicoanalizadas por una psicóloga de la que prescindes cuando te sale de la bragueta)! Ese es el gran poder de The Wire: los personajes. Desde el rapero mafioso ¡gay! hasta el policía que ha estado apartado de las calles durante años y que vuelve a la luz con una habilidad extrema para desenmarañar datos ocultos y terjiversados. Absolutamente genial. Poco a poco, vas descubriendo que el alcance de la trama es el de una telaraña que se extiende a áreas más allá de las de la distribución de drogas: política, medios de comunicación... La primera temporada de The Wire establece las bases para, en futuros episodios (que me muero por ver), ir explorando todos y cada uno de los hilos de esta tela de araña. Y, sinceramente, son unas bases sólidas, pétreas... Las bases que tendría que tener cualquier serie que pretenda llegar a unos mínimos de calidad. Que aprendan.
Dejando de lado mi mítica (y contraproducente) tendencia a consumir la cultura con ideas prefijadas (que eso es algo que nos pasa a todos, ¿no?), he de admitir que lo de The Wire, después de haberme tragado la primera temporada como el que respira, es muy grande. Mucho. No sólo despliega una trama apasionante de una forma ordenada, inteligente, alimentando las tramas paralelas con una claridad transparente y deslumbrante a la vez, sino que pone sobre su delicioso tablero de ajedrez unos personajes apasionantes... ¡sin necesidad de recurrir a vidas personales truculentas ni falsamente íntimas (y/o psicoanalizadas por una psicóloga de la que prescindes cuando te sale de la bragueta)! Ese es el gran poder de The Wire: los personajes. Desde el rapero mafioso ¡gay! hasta el policía que ha estado apartado de las calles durante años y que vuelve a la luz con una habilidad extrema para desenmarañar datos ocultos y terjiversados. Absolutamente genial. Poco a poco, vas descubriendo que el alcance de la trama es el de una telaraña que se extiende a áreas más allá de las de la distribución de drogas: política, medios de comunicación... La primera temporada de The Wire establece las bases para, en futuros episodios (que me muero por ver), ir explorando todos y cada uno de los hilos de esta tela de araña. Y, sinceramente, son unas bases sólidas, pétreas... Las bases que tendría que tener cualquier serie que pretenda llegar a unos mínimos de calidad. Que aprendan.
2 comentarios:
Pues ya es la segunda persona que me habla de esta serie de forma muy postivia.... la tendré en cuenta cuando acabe Lost jaja
oh, y la semana que viene sale la segunda temporada en la triste, barata y cara edición española, pero que me compraré el mismo dia que saqle a la venta! yay! :)
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