
Bolt... por fuera. Si nos quedamos en la superficie (y, de hecho, no creo que el film quiera ir mucho más allá), Bolt es una película excelente. Te mantiene una hora y media delante de la pantalla con la ilusión pegada a las pupilas como si fueras un niño de seis años, todavía fascinado por los animalillos en general y con tus dudas de que, al darles la espalda, hablan entre ellos (cuando creces, a eso se le llama manía persecutoria... pero ese es otro tema). El metraje está plagado de personajillos entrañables destinados a arrancarte frases del tipo "ooohhh que mono" y "uuuhhh que ricura" cada dos minutos (especial mención de la gata Mittens y las palomas). Y, lo que es mejor: la trama bascula sabiamente entre la ñoñería familiar y una acción qué ya querrían para sí los últimos intentos de Stallone en la gran pantalla. Las escenas adrenalíticas están genialmente dosificadas para fascinar sin llegar a hastiar al espectador que, al fin y al cabo, quiere momentos de ternurita y salir del cine con una eufórica sensación de optimismo.

Bolt... por dentro. Pero la comparación es inevitable: precisamente por el hecho de que John Lasseter está metido en el proyecto de refilón, tarde o temprano uno acaba comparando Bolt con las últimas obras maestras de Pixar. Y no sale muy bien parada: el film es un entretenimiento excepcional, eso no se lo quita nadie... Pero ya está. Tal y como decía en el párrafo anterior, puede que las pretensiones de la película no vayan más allá, pero ese arranque en el que se nos presenta a un perro totalmente convencido de que el set de rodaje es real hace que tu cabeza vuele hacia las posibilidades de sub-lecturas que seguro que hubieran aprovechado Pixar. Pero no nos dejemos llegar por el "qué pudo ser". Repetimos: las pretensiones de Bolt no van más allá de dejarte en la puerta del cine con una sonrisa bobaliconamente feliz (y con ganas de comprar peluches de todos sus personajes). Y a fe que, si eso es lo que busca el film, lo consigue de sobras.

Bolt... por dentro. Pero la comparación es inevitable: precisamente por el hecho de que John Lasseter está metido en el proyecto de refilón, tarde o temprano uno acaba comparando Bolt con las últimas obras maestras de Pixar. Y no sale muy bien parada: el film es un entretenimiento excepcional, eso no se lo quita nadie... Pero ya está. Tal y como decía en el párrafo anterior, puede que las pretensiones de la película no vayan más allá, pero ese arranque en el que se nos presenta a un perro totalmente convencido de que el set de rodaje es real hace que tu cabeza vuele hacia las posibilidades de sub-lecturas que seguro que hubieran aprovechado Pixar. Pero no nos dejemos llegar por el "qué pudo ser". Repetimos: las pretensiones de Bolt no van más allá de dejarte en la puerta del cine con una sonrisa bobaliconamente feliz (y con ganas de comprar peluches de todos sus personajes). Y a fe que, si eso es lo que busca el film, lo consigue de sobras.
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