viernes, 31 de octubre de 2008

tv series. Dicen: The Wire son los nuevos Sopranos. Digo: The Wire es mucho mejor que los Soprano


Al principio me mostraba reticente: la mayor parte de gente que me recomendaba ver The Wire eran los mismos a los que les había alucinado The Sopranos. Empezamos mal. Así que me pasé los dos primeros capítulos de The Wire buscándole pegas: que si el hecho de que la única mujer del grupo de polis sea lesbiana es demasiado obvio, que si casi todos los personajes rozan el cliché, que si los capítulos duran una hora, que si los apuntes de las vidas personales de los protagonistas son escasos y difusos... Pero al tercer capítulo empecé a olvidarme de los defectos y a concentrarme en los aciertos. Empezando por algo que no me pasa demasiado a menudo y que he de celebrar por todo lo alto: ¡los capítulos de una hora de esta serie se me pasaban volando! ¿Cómo podía ser? ¿Cuándo me había rendido?

Dejando de lado mi mítica (y contraproducente) tendencia a consumir la cultura con ideas prefijadas (que eso es algo que nos pasa a todos, ¿no?), he de admitir que lo de The Wire, después de haberme tragado la primera temporada como el que respira, es muy grande. Mucho. No sólo despliega una trama apasionante de una forma ordenada, inteligente, alimentando las tramas paralelas con una claridad transparente y deslumbrante a la vez, sino que pone sobre su delicioso tablero de ajedrez unos personajes apasionantes... ¡sin necesidad de recurrir a vidas personales truculentas ni falsamente íntimas (y/o psicoanalizadas por una psicóloga de la que prescindes cuando te sale de la bragueta)! Ese es el gran poder de The Wire: los personajes. Desde el rapero mafioso ¡gay! hasta el policía que ha estado apartado de las calles durante años y que vuelve a la luz con una habilidad extrema para desenmarañar datos ocultos y terjiversados. Absolutamente genial. Poco a poco, vas descubriendo que el alcance de la trama es el de una telaraña que se extiende a áreas más allá de las de la distribución de drogas: política, medios de comunicación... La primera temporada de The Wire establece las bases para, en futuros episodios (que me muero por ver), ir explorando todos y cada uno de los hilos de esta tela de araña. Y, sinceramente, son unas bases sólidas, pétreas... Las bases que tendría que tener cualquier serie que pretenda llegar a unos mínimos de calidad. Que aprendan.

jueves, 30 de octubre de 2008

música. Informe Semanal #01

Lo he estado pensando y repensando... ¿Cómo abordar el tema de la música en este blog sin que se os desprendan las retinas de puro aburrimiento? La respuesta, por ahora, va a ser una especie de Informe Semanal (sin corbatas, sin traje chaqueta, sin gomina ni ralla al lado) en el que os ponga al tanto de mis obsesiones... para aquellos a los que les interesen, claro.


Grand Archives. Lo de Grand Archives (pronunciar como [arcaifs], por favor) empieza a ser una obsesión gorda, a lo grande. Escucho el disco una vez al día... por respeto a mis compañeros de trabajo, a quienes aprecio y, por lo tanto, prefiero que no tengan pesadillas en las que seres deformes les persigan mientras suenan canciones tan bonitas como las del el álbum de debut de Mat Brooke y compañía. Tras abandonar Band of Horses (muy sabiamente, todo hay que decirlo), el proyecto en solitario de Brooke está destinado a estar en las listas de lo mejor del año. Su debut es una montaña rusa que tan pronto te sube a unas nubes etílicas como te da un paseo en el que puedes rozar con la punta de los dedos las dulces aguas de un tranquilo lago nocturno. Vamos: que hay de todos para todos. Desde composiciones de taberna (Crime Window) hasta baladones masculinos de lagrimita (Sleepdriving), pasando por propuestas de pop refinado como la sublime Torn Blue Foam Coach. Y es que esa sería la mejor definición: música pop para hombres. Porque claro que los hombres lloran, pero no es necesario recurrir a la afectación de la Rufus.

Sleepdriving (Album) - Grand Archives


Codebreaker. Lo de Codebreaker, por ahora, tampoco es de largo alcance. Pero todo se andará... siempre que sigan con un paso marcial tan interesante como el que mantienen por ahora. Si no me creéis, dadle al play en el reproductor que está justo debajo de este texto y alucinad con el revival disco que estos chicos hacen en la maravillosa R.I.M.L. (Rythm Is My Life): es disco, sí, pero limando las asperezas horteras y quedándose con el ritmo de bajo sensual, con las voces amplificadas sobre bolas de espejos, con los ritmos imparablemente danceros... Si no te mueves con eso, tienes un problema. Sea como sea, una vez te hayan atrapado con este tema, prueba en el MySpace de la banda para nuevos trallazos disco de la altura de ese Fire al que le pone voces la siempre bienvenida Kathy Diamond (porque no todas las Katys iban a ser unas chonis de cuidado). Lo dicho: se impone seguirles la pista a Codebreaker.

R.I.M.L. - Codebreaker

lunes, 27 de octubre de 2008

Otros blogs, otros mundos


Too cool to be forgotten se pone a punto (a los tres meses, más o menos, de su nacimiento). Para empezar, y en modo "auto bombo", he puesto en la barra lateral una especie de aplicación que permite que los lectores del blog, si es que existen, se hagan "seguidores": Too fan to be forgotten. No sé ni cómo funciona, pero si alguien lo ve y quiere hacerse "seguidor", tanto yo como mi ego se lo agradeceremos tremendamente (porque con esto de los blogs nunca te queda demasiado claro si te están leyendo o no).

Pero dejemos la auto promoción y vayamos a un tipo de promoción mucho más interesante. En la misma barra lateral podeís encontrar Cool sites not to be forgotten. Allí están los enlaces a otros blogs que no deberíais perderos. Algunos los he añadido hace poco: el pajillerismo mental y místico de La Tábula Rasa; My little corners of the world y sus magníficas fotografías; los textos infinitamente bellos de ese Arandolario tan especial; el trabajo de uno de mis ilustradores preferidos en Bert; los cómics y frikismos varios de Blanco y Negro... A los clásicos no hace falta ni que los mencione, ¿no? music4girls es imprescindible y a Te he grabado un CD no hay que perderle la pisto, porque cuando despegue del todo puede ser espectacular. Por lo demás, tengo que destacar las dos nuevas entradas más interesantes:
  • Qué grata sorpresa! Imprescindible a la hora de tomarle el pulso a la escena musical patria ahora que por fin podemos decir que tenemos cosas decentes. Y más que decentes!
  • Hivern. Blog del sello Hivern Discs, con descargas digitales, artworks... y la mejor información, evidentemente.

viernes, 24 de octubre de 2008

libros. William Maxwell: Adiós, buenas noches. Sublime


"Para los escritores de mi generación, esta novela de William Maxwell es el libro que a todos nosotros nos hizo pensar en la necesidad de escribir una novela corta y nos convenció de que podíamos escribirla. ¡Pero qué modelo tan inalcanzable!". Richard Ford
¿Qué quiere decir Richard Ford con estas palabras? Posible transcripción 1: "este libro es la bomba y te va a inspirar tanto si eres escritor como si eres lector". Posible transcripción 2: "si intentas ser escritor y tienes el ego un pelín bajo, mantente a más de un kilómetro de distancia del libro de William Maxwell, porque puede que decidas abandonar tus aspiraciones por los restos de tu vida". Pues será que mi ego de escritor no está tan maltrecho como creía, porque lo cierto es que la lectura de Adiós, Buenas Noches ha sido inspiradora y, sobre todo, arrebatadora. Es una de esas pequeñas grandes novelas que pasan por tus manos en un par de días y se te quedan en la memoria el resto de tu vida.

La historia remite particularmente a otros dos grandes referentes. Para empezar, al maravilloso A Sangre Fría de Truman Capote: ambos diseccionan de forma sublime un crimen en la América profunda y rural, por mucho que Maxwell prefiera una visión más emocional y menos objetiva. La otra mención inevitable es La Biblia de Neón de J.K. Toole, ya que los dos comparten una visión a la altura de los ojos de un niño, aunque la mirada de Maxwell se amplifica al surgir del recuerdo dañado de un anciano: sin dejar claro por qué, el protagonista anuncia desde un principio que todo lo sucedido se quedó prendado de su memoria de forma aleatoria, como se quedan en nuestra memoria muchas vivencias de la infancia.

Y no es que el crimen no tenga importancia: el asesino resulta ser el padre de un amigo fugaz que le reportará un supurante sentimiento de culpa que le sigue punzando en el costado incluso en la vejez. Partiendo de esa mirada, Maxwell estructura un puzzle magistral al que le faltan las piezas que el autor quiere que falten, tal y como en la memoria de todos faltan piezas que no elegimos olvidar. Pese a ello, el escritor se esfuerza por investigar el caso y recrearlo de una forma casi periódistica sin renunciar a la visión emocional. Cuando llegas al punto y final de Adiós, Buenas Noches, dentro de tí se pelearán dos emociones. La primera es la ilusión de que tu abuelo te ha contado una batallita especialmente dulce y apasionante. Y la segunda es que adoras a Libros Del Asteroide por publicar, por fin, la obra de William Maxwell. Y, sobre todo, por hacerlo con unas ediciones infinitamente preciosas (como todas las de esta editorial).


jueves, 23 de octubre de 2008

cómic. Shortcomings - La ecuación Tomine


Leer a Adrian Tomine podría ser una especie de placer culpable: a cada página se te hace imposible dejar de pensar en otros dos pesos pesados del cómic contemporáneo (Chris Ware y Daniel Clowes)... Pero cuando te das cuenta de que no sólo alcanza su estatura, sino que incluso da pequeños y contestatarios saltitos para superarles, no puedes evitar dejarte llevar por la simpatía y la empatía: Tomine debería estar jugando en la misma liga que los otros dos mencionados. Eso, si viviéramos en un mundo justo y bla bla bla. Pero como la justicia empieza por uno mismo, pienso venderos a este autor de la única forma que se me ocurre: dividiéndolo en una ecuación que tenga por resultado a su excelente obra Shortcomings (su primer trabajo largo y lo último que he leído de él).


DANIEL CLOWES... El parecido es evidente: el trazo de Tomine es muy parecido al de Daniel Clowes, restándole las cuotas de frikismo y surrealismo lynchiano con el que el autor de Ghost World a veces adereza sus obras. Las recopilaciones de relatos de Tomine (Sonámbulo y Rubia de Verano, editadas en España por La Cúpula) lo dejan bien claro. El objetivo, además, es similar: dar cuerpo a almas solitarias y emocionalmente autistas.

... + CHRIS WARE... En este caso, las similitudes se remiten al fondo de las obras de ambos autores, a ese gusto compartido por los personajes dañados, cerrados en sí mismos, con problemas para relacionarse con su entorno. Ware a veces recurre a la imaginación exacerbada y colorista para presentar un duro contraste con la realidad de sus personajes. Tomine se queda en lo crudo.

... = ADRIAN TOMINE. Poned todo lo dicho anteriormente al servicio de una historia que explora en diferentes direcciones y obtendréis el magistral Shortcomings (editado ya en España por Random House / Mondadori). Podría parecer, en una lectura superficial, el retrato de cómo esas nuevas generaciones norteamericanas de padres orientales se enfrentan no sólo a su legado, sino a las posibilidades que el país les brinda y a la imposibilidad de una "normalidad" o "neutralidad" a la hora de integrarse en ese entorno. Pero si Shortcomings brilla especialmente es por la genialidad con la que Tomine entrelaza esta reflexión con una historia de desamor que escarba en la herida abierta de los desacuerdos entre pareja y las difíciles relaciones de necesidad y culpabilidad que pueden surgir en estas alianzas amorosas. Tremendo es poco. Hay que leerlo para saber lo que es acabar como si Tomine hubiera soplado en el interior de tu corazón y hubiera dejado, allá, solitaria, una burbuja de aire incómoda pero deliciosa.

miércoles, 22 de octubre de 2008

tv series. Twin Peaks y las falsas epifanías de David Lynch


Supongo que ya está todo dicho sobre Twin Peaks. Pero, después de verla por tercera vez en mi vida (o algo así), no podía dejar pasar la oportunidad de ponerla aquí, en la actualidad, justo al lado de todo un conjunto de series que nos venden como una Época Dorada de la ficción televisiva que es cierta... con ciertos matices. Hace no demasiado que leía cómo Nick Hornby celebraba los diez años de vida de su Alta Fidelidad, plenamente consciente de que es un honor el hecho de que un libro siga vendiéndose (y entendiéndose con pasión) una década después de haber sido escrito. Twin Peaks se emitió en los primeros noventa (¡hace más de quince años!) y verla hoy por hoy sigue siendo una delicia (culpable y alucinada). ¿Podremos decir lo mismo de aquí a quince años de series como Heroes o The Sopranos?


No voy a contestar a esa pregunta, evidentemente (porque la gente se acuerda de lo que dices incluso diez años después). Lo que sí que puedo afirmar es que Twin Peaks no sólo sigue viva, sino vibrante, esperando que entre las mil y una capas que despliega ante tus ojos, encuentres nuevas lecturas o, simple y llanamente, nuevas fuentes de placer. Porque, al fin y al cabo, ese es el punto fuerte de David Lynch: la falsa epifanía intelectual que acaba sucumbiendo a un impacto estético mucho mayor. Perdonad la frase pajillera. Me explico. La propuesta de Lynch, y en esta serie puede apreciarse a la perfección, se basa en un juego de dos movimientos sublimes:

1. Falsa epifanía intelectual. Justo cuando acabas de ver cualquier producción de Lynch, es inevitable dejarse llevar por un subidón en el que siempre exclamas "¡lo entiendo!". Por muy retorcida que sea la trama que el director planta delante de tus ojos, siempre puedes recurrir a conexiones enfermizas y explicaciones rocambolescas para recomponer el puzzle y explicarle a tus colegas que, al fin y al cabo, la historia existe. A la semana, sin embargo, te has olvidado de cómo se ordenaba el puzzle. Es más: te importa un pimiento.

2. Impacto estético duradero. Lo dicho: a la semana, la historia te importa una mierda. Pero sigues recordando mil y un detalles visuales. Ejemplo Twin Peaks: recordarás para la eternidad la mirada de Lady Leño (Catherine E. Coulson), el agente Dennis (David Duchovny) vestido de camarera, "The Black Lodge" con sus cortinas rojas y el enano danzante, Laura Palmer (Sheryl Lee) hablando hacia atrás, los ojos penetrantes de Audrey Horne (Sherilyn Fenn), la omnipresente catarata, el plano final del agente Cooper (Kyle MacLachlan) golpeándose contra el espejo... También puede que recuerdes la descompensación de ritmo entre las diferentes temporadas (en la segunda parte de la segunda temporada se nota un apresuramiento atroz por cerrar las tramas), pero eso es otra historia. Lo que acaba quedándote siempre de David Lynch es, sin duda, su propuesta estética. Porque de ella emana la fascinación de una historia que, contada por otro, sería el colmo de lo tópico. Que aprendan los directores de esta Edad de Oro.

miércoles, 8 de octubre de 2008

cómic. 20th Century Boys en tres tiempos

1. La primera vez que leí 20th Century Boys llegué al número siete y me planté. No porque no me gustara lo que estaba leyendo: parecía que, a diferencia de en su anterior obra (Monster), Naoki Urasawa tenía en sus manos una historia compleja con una cantidad de recovecos impresionante: si aquella era una gran historia alargada hasta lo extenuante mediante arcos que se sumaban aunque no aportaran demasiado a la trama, 20th Century Boys parecía más bien un puzzle endiabladamente repensado que iría montándose pasito a pasito para mantener al lector en un continuo estado de sorpresa. Por aquel entonces me planté porque en Japón llevaban unos 15 tomos publicados y no había final previsible a la vista: yo había cerrado un arco temporal de la trama y por allá iban por el tercer arco. No pintaba demasiado bien... así que decidí dejarlo hasta que la historia tuviera un número de tomos cerrado. Entonces decidiría si merecía la pena o no seguir con ello...


2. La segunda vez que leí 20th Century Boys llegué, aproximadamente, al número 12 (aunque puede que me falle la memoria). Ahí acababa el segundo arco argumental. Parecía que tenía razón: Urasawa sabía lo que tenía entre manos. La historia de Kenji y compañía era vibrante y arrebatadora: un grupo de amigos ve cómo sus juegos de infancia (con sectas que conquistan el mundo, robots gigantes y virus letales incluídos) se empiezan a hacer realidad una vez son adultos. La figura que está detrás de todo parece ser un tal "Amigo" de identidad desconocida (siempre lleva una máscara) que no tardará en poner su mano condescendiente sobre toda la humanidad: es, al fin y al cabo, uno de los malvados más refinados de la historia reciente del manga, sin duda. Aun así, hice un parón porque estaba ligeramente saturado y necesitaba leer otras cosas... y, además, porque Urasawa había continuado la historia después de cerrar un arco temporal que bien podría haber sido el último. Miedo me daban los tomos que quedaban hasta el final...


3. La tercera vez que leí 20th Century Boys me la acabé. Del tirón. Y por mucho que intenté convencerme de que "esto es diferente a Monster", no pude sobreponerme a la impresión final de que Urasawa tiene un serio problema poniendo el broche a sus (excelentes) argumentos: las historias se le escapan de las manos y se escoran en un anticlímax (no deliverado, por lo que puede suponerse). Por si fuera poco, en el caso de 20th Century Boys, el autor quiso responder a las quejas por el final con una miniserie de dos tomos, 21st Century Boys. Pero todos nos preguntamos, ¿para qué? ¿Es necesario alargar dos tomos para dejar sin explicar la mitad de las cosas? ¿Para alargar la escasa épica de un final sin sal? En conclusión, podría decir aquello de que, vale, aunqeu el final esté descafeinado, el viaje ha valido la pena. Y mucho. Pero eso no quita que la siguiente serie de Urasawa (Pluto, que empezará a publicar en breve Planeta de Agostini) sea algo así como "la tercera y última oportunidad" para que nos ponga sobre la lengua una pildorita de felicidad en forma de un final como Dios manda. Si no, no sé yo si habrá cuarta oportunidad.

jueves, 2 de octubre de 2008

cine. Woody Javi Pene ScarJo Barcelona

Reconozco que iba al cine con la escopeta cargada... Pero otras veces también he puesto el pie en la sala con mi artillería pesada lista para combate y he acabado rindiéndome sin remisión, izando una bandera blanca absolutamente sincera. No es el caso de Vicky Cristina Barcelona. Si Woody Allen titula la película con sus protagonistas (ciudad incluída), no me resisto a hacer lo mismo con mi reseña y diseccionarlo todo punto por punto. Con todos ustedes, Woody Javi Pene ScarJo Barcelona...


Woody.
Evitaré sentencias del tipo "está en las últimas". Pero es que no lo entiendo: ¿cómo puede ser que Allen sea capaz de dejar toda una secuencia desenfocada? Y no "un poco desenfocada", no. Más bien "totalmente desenfocada". Esto viene a advertirnos, bien al principio del film, de la desidia de un autor antaño conocido por la mordacidad, creatividad irónica y crítica despiadada de sus guiones, situaciones y personajes... y que ha acabado perpetrando una película en la que los personajes presentan un nivel de complejidad inferior al de los secundarios de un corto de la Disney, las situaciones funcionan a trancas y barrancas, sin chicha ni liminá, y el guion intenta salvarse con una voz en off que te explica más de lo que se infiere a través de las herramientas narrativas cinematográficas. Y no lo olvidemos: esto es cine. Si quiero que una voz me explique historias, me leo un libro.

Javi. Una pregunta: ¿es necesario que uno de los pocos actores que saltan de aquí a Hollywood lo haga para competir en inexpresividad con Keanu Reeves? El hieratismo de su personaje en No contry for old men no era pericia interpretativa, sino más bien lo contrario. Aquí intenta hacer de macho español y acaban viéndose las costuras de un actor inseguro de sí mismo que es incapaz de sonar verosímil en su propio idioma.

Pene. Dicen que, incluso para los que la odian, Penélope Cruz es lo mejor de la peli. No lo entiendo: es una choni, hace de choni... ¿dónde está la gracia? Su personaje, pretendido contrapunto cómico y neurótico, se queda en pañales contra ese tipo de neurosis que tan bien ha exprimido Almodóvar. Así que, Woody: zapatero, a tus zapatos.


ScarJo. Que quiten a su personaje (Cristina) del título de la peli, por favor. Su protagonista tiene mucha menos entidad que el de Vicky. Y lo peor es que en ningún momento acabas de decidirte si eso sucede por culpa de un guion sin brío o porque, simple y llanamente, el registro de ScarJo es menos que escaso.

Barcelona. ¿Cómo es posible que Woody Allen haya conseguido que casi casi casi odie mi propia ciudad? Su mirada turística y de postal es superficial, forzada y snob. En su visión de la ciudad vuelve a hacerse patente la desidia del director, a quien muy seguramente le guiaron las manos codiciosas de los inversores locales. Una pena, porque al final una ciudad con un espíritu tan definido acaba presentándose como un atrezzo modernista vacío de alma.