miércoles, 22 de octubre de 2008

tv series. Twin Peaks y las falsas epifanías de David Lynch


Supongo que ya está todo dicho sobre Twin Peaks. Pero, después de verla por tercera vez en mi vida (o algo así), no podía dejar pasar la oportunidad de ponerla aquí, en la actualidad, justo al lado de todo un conjunto de series que nos venden como una Época Dorada de la ficción televisiva que es cierta... con ciertos matices. Hace no demasiado que leía cómo Nick Hornby celebraba los diez años de vida de su Alta Fidelidad, plenamente consciente de que es un honor el hecho de que un libro siga vendiéndose (y entendiéndose con pasión) una década después de haber sido escrito. Twin Peaks se emitió en los primeros noventa (¡hace más de quince años!) y verla hoy por hoy sigue siendo una delicia (culpable y alucinada). ¿Podremos decir lo mismo de aquí a quince años de series como Heroes o The Sopranos?


No voy a contestar a esa pregunta, evidentemente (porque la gente se acuerda de lo que dices incluso diez años después). Lo que sí que puedo afirmar es que Twin Peaks no sólo sigue viva, sino vibrante, esperando que entre las mil y una capas que despliega ante tus ojos, encuentres nuevas lecturas o, simple y llanamente, nuevas fuentes de placer. Porque, al fin y al cabo, ese es el punto fuerte de David Lynch: la falsa epifanía intelectual que acaba sucumbiendo a un impacto estético mucho mayor. Perdonad la frase pajillera. Me explico. La propuesta de Lynch, y en esta serie puede apreciarse a la perfección, se basa en un juego de dos movimientos sublimes:

1. Falsa epifanía intelectual. Justo cuando acabas de ver cualquier producción de Lynch, es inevitable dejarse llevar por un subidón en el que siempre exclamas "¡lo entiendo!". Por muy retorcida que sea la trama que el director planta delante de tus ojos, siempre puedes recurrir a conexiones enfermizas y explicaciones rocambolescas para recomponer el puzzle y explicarle a tus colegas que, al fin y al cabo, la historia existe. A la semana, sin embargo, te has olvidado de cómo se ordenaba el puzzle. Es más: te importa un pimiento.

2. Impacto estético duradero. Lo dicho: a la semana, la historia te importa una mierda. Pero sigues recordando mil y un detalles visuales. Ejemplo Twin Peaks: recordarás para la eternidad la mirada de Lady Leño (Catherine E. Coulson), el agente Dennis (David Duchovny) vestido de camarera, "The Black Lodge" con sus cortinas rojas y el enano danzante, Laura Palmer (Sheryl Lee) hablando hacia atrás, los ojos penetrantes de Audrey Horne (Sherilyn Fenn), la omnipresente catarata, el plano final del agente Cooper (Kyle MacLachlan) golpeándose contra el espejo... También puede que recuerdes la descompensación de ritmo entre las diferentes temporadas (en la segunda parte de la segunda temporada se nota un apresuramiento atroz por cerrar las tramas), pero eso es otra historia. Lo que acaba quedándote siempre de David Lynch es, sin duda, su propuesta estética. Porque de ella emana la fascinación de una historia que, contada por otro, sería el colmo de lo tópico. Que aprendan los directores de esta Edad de Oro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es curioso. Yo me acuerdo de cosas distintas como el agente Cooper con gabardina, Audrey Horne haciendo lazos con las cerezas, el novio de Laura con cara pringaete o su padre con un cartel d "culpable" en cada secuencia. :D

...

David Duchovny? (me voy a buscar alguna imagen porque no me acordaba de él)