martes, 18 de agosto de 2009

cine. V.O.S.


Cesc Gay no sabe hacer las cosas de forma normal y corriente... ni incluso cuando se dispone (como novedad en su carrera) abordar un género tan formalista como la comedia. En sus manos, sin embargo, el género se fragmenta y se atomiza como una fórmula de física cuántica explicada a un público de no iniciados. Porque si hay algo que honra a V.O.S. es, precisamente ,su capacidad para resultar metacinematográfica sin la necesidad de dar la espalda a ese público de a pie al que David Lynch (por poner un ejemplo), por mucho que aporten sus digresiones fílmicas, les parece un aburrimiento. Porque se puede ser aventurero y explorador sin necesidad de ser snob y/o aburrido... Y eso es lo que parece que Gay intentan probar por todos los medios.

No es que el director sea totalmente ajeno a las herramientas propias del género: sus obras anteriores no están exentas de ese humor costumbrista que nace en lo cotidiano (En la ciudad y Ficción) o en el descubrimiento de lo extraño (Krámpack). Pero en V.O.S. la comicidad es precisamente el corazón de una trama en el que el vodevil se hace post-modenrno para enseñarnos su tramoya. En un ejercicio de adaptación del original teatral (en el que ya existía este ejercicio de metalenguaje), Cesc Gay ensambla un Frankenstein cinematográfico que le sirve para explorar las entrañas de una comedia à la Woody Allen: un cuerpo argumental repleto de desórdenes urbanos que encuentran su mejor reflejo en una forma fragmentada y desordenada. Los personajes entran y salen de la trama (lo que no es lo mismo que los actores entren y salgan de los personajes, cosa que no pasa en este film) para reflexionar sobre el devenir de su propia historia. Pero, en un divertido juego de espejos, estos personajes no sólo hablan de qué les pasará, sino de cómo les pasará en términos cinematográficos: no sólo discuten la conveniencia de un happy ending (por mucho que no se avenga con lo que "realmente" pasó), sino que incluso hablan de lo enrevesado del orden de las escenas y de la verosimilitud de los (ñoños) lugares comunes del género.

Que nadie piense, por otra parte, que semejante teoría enturbia la trama principal. Para empezar, porque no hay "teoría" entendida como algo farragoso: las discusiones son accesibles y cristalinas en sus presupuestos, capaces de apasionar incluso a quien no sepa lo que es un flash-forward. Pero, sobre todo, porque el argumento es plenamente entendible incluso en el marco que elije Gay: cuatro personajes, un embarazo entre dos amigos, una pareja que se rompe y otra que nace... La historia y, sobre todo, la comicidad que supura son plenamente disfrutables para cualquiera. Y eso sigue probando el principal logro de Cesc Gay: el director prueba y comprueba que la ilusión de realidad en la que se basa el cine ha estado innecesariamente encorsetada durante mucho tiempo. Tradicionalmente, se tiende a pensar que una película es todo aquello que queda dentro del encuadre de la cámara, mientras que ese encuadre se esfuerza por no romper la ilusión de realidad tratando de que lo que muestra nunca se salga de lo que el plan de producción se ha asegurado de "montar" para simular la realidad. En el caso de V.O.S., las fronteras se rompen, los personajes entran y salen de la trama, se te muestran los decorados y el equipo que está filmando la película (¿o deberíamos decir "alumbrando la película" si nos fijamos en ese último plano en el que el equipo abraza a su "retoño"?)... Pero, pese a todo, el argumento se entiende como una ficción cerrada, demostrando que la ficción es algo que se crea en la cabeza del espectador y no entre las cuatro paredes de un encuadre.


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