miércoles, 12 de noviembre de 2008

libros. El sindicato de policía yiddish... (o: ¡Michael Chabon es Dios!)


Advertencia antes de que sigáis leyendo: lo mío con Michael Chabon trasciende la admiración. De hecho, es el único autor moderno (lo que se puede leer directamente, como autor "vivo") del que leo religiosamente todo lo que va publicando. ¿Por qué? Porque me proporciona momentos de placer absoluto y sostenido durante días y días. Como en el caso de El sindicato de policía yiddish. O como en los casos de todos sus libros anteriores. Y que nadie se piense que son experiencias separadas: leer a Chabon es un continuo en el que siempre encuentras constantes y nuevos desarrollos. La cuestión judía (de especial importancia en su último libro, pero también presente en la maravillosa Wonder Boys), el frikismo comiquero y mitómano (sublimado en Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay), la homosexualidad (siempre presente aunque sea de forma testimonial, como en El sindicato de policía yiddish)... El universo Chabon es extenso pero dulcemente reiterativo. Es como visitar la casa de tus padres cuando ya no vives en ella.

Si hay que centrarse en El sindicato de policía yiddish, sólo puedo decir que es un experiencia deliciosa en la que Chabon desarrolla un gusto por las estructuras de thriller policial y de investigación (a medio camino entre el pulp más arty y Sherlock Holmes): crea todo un mundo original del que sólo te da las pistas necesarias para que camines por donde él quiere. Pero nunca realiza una descripción masiva a lo Tierra Media de Tolkien: ese mundo en el que la segunda guerra mundial acabó de forma diferente para los judíos (y en el que Alemania se vio asolada por una bomba nuclear) aparece con formas borrosas. Lo que sí que aparece con formas definidas, cristalinas, es esa ciudad imaginaria de Sitka: un reducto de judíos en Alaska en el que los adeptos de esta religión se han establecido en sus propias estructuras de gobierno, de control social e incluso de lúmpen (es impagable la imagen de esa mafia de sombreros negros, largas barbas y patillas). Pero no sólo fascina la estructura social: a cada página puedes palpar la mugre en las calles, la oscuridad reinante... El paisaje exterior que se filtra hacia el paisaje interior de todos los personajes. ¡Y vaya personajes! Porque por mucho que El sindicato de policía yiddish sea un thriller, Chabon realiza una espectacular orografía de personajes dañados, heridos, que se mueven por la inercia de unos ideales difusos pero potentes, casi pulsiones: Landsman, Berko y Bina son las marionetas de un teatro que se revelan contra los hilos que los intentan manejar. Los títeres de una función en la que, sutilmente, se filtra una disección de la importancia de los lazos íntimos en una sociedad en desintegración y de la integridad personal en contraposición a una corrupción general que, evidentemente, acaba criticando la política intervencionista (y algo cerda) de Estados Unidos. Porque, evidentemente, por mucho que el mundo de El sindicato de policía yiddish sea una invención, los yankis siguen siendo yankis. Yankis que no se han dado cuenta todavía de que, entre sus filas, tienen a un Dios. Y se llama Michael Chabon.

(Ya os advertí al principio de que esto iba a ser un texto de fan total, ¿no?)


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