jueves, 26 de febrero de 2009

cómic. Breakdowns

Hay varios parajes en Breakdowns que explican la obra por sí misma. Que nadie crea que estoy volviéndome perezoso al reseñar cómics. Es que, simple y llanamente, al topar frontalmente con obras maestras como esta, parece que la labor del "crítico" (que me perdonen los de verdad) se hace innecesaria. A continuación, Breakdowns según su propio autor: Art Spiegelman.


EPÍLOGO. "Puede que algunos vean Breakdowns como un simple producto de su tiempo, pero para mí es un manifisto, un diario, una nota de suicidio arrugada y a la vez una importante carta de amor a un medio que adoro". Estas serán, muy posiblemente, las últimas palabras que leas justo antes de cerrar este libro con una sensación de satisfacción y arrebato pletórico. Estas frases pertenecen al epílogo con el que se perla la última edición del cómic (respetada impecablemente por Random House / Mondadori en la edición española); y sintetizan, en tres líneas, el viaje que acabas de realizar a través de la militancia recalcitrante del autor en la teoría comiquera más sesuda y surreal. Una teoría de las posibilidades del cómic como medio intelectual de la que, más tarde, bebería gente como Chris Ware y que, a su vez, bebe del underground feísta de Robert Crumb y demás.

HUÍDA / BÚSQUEDA. En un pasaje especialmente inspirado, Spiegelman se dibuja a sí mismo huyendo de la alargada sombra de la estatua de un ratón gigante. ¿Simple simbolismo? Sí, pero tremendamente efectivo. La parte central del libro se centra en el Breakdowns original, publicado hace décadas, que recopilaba los trabajos del autor, previos a Maus, en diferentes fanzines underground; y, como complemento, se añaden el mencionado epílogo y un prólogo ilustrado en el que, a modo de sincero (y tronchante) diario, Spiegelman realiza un repaso a su vida artística y personal (y los múltimples intersticios entre estas dos facetas). Y, pese a la ironía con que aborda la influencia del insalvable Maus, en ningún momento se percibe en Breakdowns la sensación de huida: más bien la de búsqueda, la de exploración de las fronteras expresivas del cómic como medio.

INFELICIDAD. En otra pieza minúscula de su prólogo, la madre del autor le pregunta que para qué quiere hacerse artista si los artistas acaban teniendo vidas infelices. Si nos fiamos del diario inicial, es fácil extraer la conclusión de que Spiegelman es un neurótico totalmente aplastado bajo el peso de la relación con sus padres (sobre todo en lo que respecta al suicidio de su madre). Pero eso es quedarse en la superficie tomatera. Porque si sumamos los logros por separado de sus experimentaciones y exploraciones artísticas, lo único que puede quedar, al fin y al cabo, es la felicidad del creador. Y, evidentemente, la de cualquier lector con un mínimo de interés por la posibilidad del cómic como algo más que la acumulación de postales.

miércoles, 25 de febrero de 2009

cine. La Duda... y sus múltiples dudas.


¿Es La Duda una película retrógrada o rompedora? Más que hablar en términos como retrógrado o moderno, La Duda habla otro lenguaje, más simple y, a la vez, más verosímil y fiel a la realidad. El grueso de la trama está poblado por temas tan tradicionales y asimilados socialmente como la homosexualidad, la pedofilia y la Iglesia (como institución), pero trenzados con un punto de vista novedoso en el que hay espacio para la duda, sí, pero sin un ápice de culpa. Sorprende la modernidad de ese cuestionamiento de la culpa como pilar básico del cristianismo, pero precisamente por eso también sorprende el doble final como paso atrás en lo conseguido: el triunfo de la vieja guardia encarnado por el personaje de Meryl Streep y la grieta inquietante que se abre en ese personaje justo en la última escena. Así que: moderna, sí. Pero con matices clásicos que le restan riesgo e impacto.

¿Es La Duda una buena película? Sin duda. No sólo el punto de partida argumental es fascinante y consigue envolver al espectador hasta ponerle bajo la nariz el olor a iglesia cerrada, sino que muchos otros aspectos del film brillan con un resplandor sublime. Inevitable hablar de las maravillosas interpretaciones: Meryl Streep vuelve a estar inmensa, pero son Philip Seymour Hoffman y Amy Adams los que llevan el film a un nivel superior. A diferencia de la primera, estos dos últimos no necesitan tics excesivos para limar los contornos de sus composiciones: parten de la realidad y acaban en la realidad, pero sus miradas y gestos son sistemas solares en miniatura a punto de estallar. Mención especial para la roba-planos Viola Davis: aparición de cinco minutos capaces de clavarse en tu memoria con la versatilidad de una interpretación realmente difícil. Y seguimos para bingo: además de guión y actuaciones, La Duda tiene una fotografía preciosista capaz de exprimir belleza del ascetismo habitual de los parajes religiosos. Así que sí, es una buena película. Pero visto el revuelo que ha causado, es inevitable ir un paso más allá y preguntarse...

¿Es La Duda una película cojonuda? Ni hablar. Saltará a la vista que en el apartado anterior no he incluído algo tan vital como la dirección. Y es que un film con semejante potencial no se puede dejar en manos de un director que tropieza con unos zapatos cuatro tallas más grandes. Puede que debido a la escasa experiencia de John Patrick Shanley (además de su aventura teatral con la misma La Duda, en su currículum cinematográfico sólo consta otro film: Joe contra el volcán... ejem), el brillo conseguido con todo lo ya descrito se ve ligeramente mermado por una dirección que no es tan sencilla que no se preocupa en explorar las posibilidades creativas del guión. Patrick Shanley cubre la papeleta con oficio pero sin arte: muchas escenas pierden arrojo debido a una mala planificación que no sabe sacar partido de la tensión inherente a lo explicado (y eso que las actuaciones llevan esa tensión a límites deliciosos). Además, ver su mano en el poco afortunado cierre (tan de culebrón, tan fácil) no ayuda a evaluar su papel postiviamente. Por todo ello, es inevitable pensar qué hubiera hecho un director como Stephen Daldry (Las Horas) con semejante material en las manos. En definitiva, es triste afirmar que una película más que buena no llega a las excelencias que promete por culpa de una dirección mediocre. Ahora bien, no penséis que me estoy cargando la película. Para redimir (nunca mejor dicho) la negatividad de este párrafo, permitidme una última y breve pregunta...

¿Deberías ver La Duda? ¡Claro que sí! ¿Qué haces que todavía no la has visto?

martes, 24 de febrero de 2009

música. May your hearts stay strong: lo mejor del 2008 según Too Cool to be Forgotten

Como cada año (o, al menos, desde que le robé la idea a Marc; que no lo dirías por su blog, pero hace unas listas y unas compilaciones maravillosas), no he podido evitar la tentación de hacer una doble recopilación con los mejores temas del año que se acaba de cerrar. Y, como cada año, lo he hecho muy tarde (¡casi estamos a marzo!). Pero como "más vale tarde que nunca", aquí dejo este May your hearts stay strong. A 2008 compilation dividido en dos caras diferentes. ¡Bendita melancolía! ¡Aún recurriendo al concepto de Cara A y Cara B! La explicación es que la Cara A viene a ser más tranquila, mientras que en la Cara B está la parte más trallera. Puede que peque de megalomanía al incluir casi 50 canciones... Pero creedme: se han quedado fuera muchísimas joyitas. ¡Ah! Y todo está optimizado para que lo metas en tu iTunes y tenga hasta la portadita...


CARA A:
1. Antony & The Johnsons, Another World
2. Bon Iver, Creature fear
3. Adem, Unravel
4. Scott Matthew, Abandoned
5. Okkervil River, On tour with Zykos
6. Bonnie 'Prince' Billy, Easy does it
7. Larry Jon Wilson, Shoulders
8. Mark Kozelek, Finally
9. Mount Eerie, If we knew...
10. Portishead, Small
11. Shearwater, Rooks
12. Fleet Foxes, White winter hymnal
13. Grand Archives, Torn blue foam coach
14. The Dodos, Winter
15. Klaus & Kinski, El Cristo del Perdón
16. Cloud Cult, May your hearts stay strong
17. Glavegas, It's my own cheating heart that makes me cry
18. Ra Ra Riot, Ghost under rocks
19. The Wave Pictures, Leave the scene behind
20. Sigur Rós, Gobbledigook
21. High Places, Vision's the first...
22. The Dutchess & The Duke, Reservoir park
23. Jeremy Jay, Beautiful Creatures


CARA B:
1. Al Green, Lay it down
2. The Last Shadow Puppets, My mistakes were made for you
3. Black Kids, Hurricane Jane
4. Fujiya & Miyagi, Uh
5. Air France, No excuses
6. Kelley Polar, Entropy reigns (in the Celestial City)
7. Hercules & Love Affair, Hercules' Theme
8. Jape, Strike me down
9. Passion Pit, Sleepyhead
10. Friendly Fires, On board
11. Sons & Daughters, Darling
12. Black Lips, Bad kids
13. Metronomy, Black eye_burnt thumb
14. Santogold, You'll find a way (Switch & Sinden remix)
15. Esau Mwamwaya & Radioclit, Wena
16. Buraka Som Sistema, Sound of Kuduro
17. Little Boots, Meddle
18. Lady GaGa, Just dance
19. The Ting Tings, Shut up and let me go
20. Neon Neon, I lust u
21. Cristal Castles vs Health, Crimewave
22. The Presets, My People

domingo, 22 de febrero de 2009

libros. La maravillosa vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz: Literatura Pulitzer


Que conste que he leído La maravillosa vida breve de Oscar Wao bastante ajeno al prejuicio que me suele causar la etiqueta, sobre la portada de cualquier libro, proclamando "ganadora del prestigioso Premio Pulitzer". Y es que, en mi caso, el Pulitzer suele tirar de mis extremidades en dos direcciones opuestas: 1. El paraíso lector. Es decir: Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon; o 2. El infierno literario. Para los que no sepan mi aversión a este libro: Middlesex, de Jeffrey Eugenides. A partir de aquí, que nadie me malinterprete: estoy hablando desde mi ignorancia. Pero es que basta la lectura de estos dos libros para adivinar el patrón que necesita tu libro para llevarte el galardón a tu casa:
  • Recorrido histórico profusamente documentado.
  • Presencia de la inmigración. Si ambientas parte del recorrido histórico en un país del que provienen gran parte de los inmigrantes estadounidenses, sumas más puntos.
  • Presencia de flash-backs omniscientes, por mucho que el punto de vista del libro no los aguante. Pero es que, de alguna forma u otra tienes que dar a entender al lector las horas y horas que te has pasado en bibliotecas y/o charlando con parientes lejanos.
La maravillosa vida breve de Oscar Wao contiene estos tres puntos, evidentemente. Y, pese a no llegar a las cotas de infamia de Middlesex, debo decir que tampoco alcanza (ni de lejos), las excelencias sublimes del libro de Chabon. Para empezar, por los problemas del punto de vista: al multiplicarse las voces, no sólo acabas con cierto cacao mental (es lo que tiene ir saltando adelante y atrás en el tiempo mediante flash-backs de 80 páginas: que al volver al presente tienes que hacer un gran esfuerzo por recordar qué está pasando), sino que corres el riesgo de dejarte algo importante por el camino. Porque supongo que Díaz lo habrá hecho a posta, pero hay cierto agujero negro en la trama de La maravillosa vida breve de Oscar Wao que debería ser imperdonable a los ojos de cualquier lector: en vez de explicar el pasado remoto de los ancestros de Oscar, ¿qué tal explicar algo de su padre (figura ausente... repito, puede que deliveradamente, pero eso no exime la sensación final de cierto fraude narrativo).

Pero, como afirmaba en un principio, la novela de Junot Díaz está muy lejos del terrorismo literario (en el mal sentido del término) de Eugenides. El arranque de La maravillosa vida breve de Oscar Wao es, simplemente, sublime. Puede que por ello la novela se resienta hacia su ecuador, al no conseguir aguantar el nivel. El punto de partida es delicioso: ¿explicar la historia de un país, la República Dominicana, rebajando (o alzando, depende de cómo se mire) la voz narrativa al nivel de un freak de los cómics, el rol y la ciencia ficción? Tremendo. Encontrar símiles históricos que recurran a los Nazgul tolkianos es, simple y llanamente, un placer nada culpable. Además, Díaz consigue trenzar hábilmente esta indagación historicista con la triste historia de Oscar Wao, su familia y el terrible fukú (maldición) que les persigue. Ya se sabe cómo son estas historias por y para freaks: empiezan haciendo que te partas de risa y acaban dejando al descubierto la tragedia de un personaje desconectado de la realidad, amargado en su poca pericia social y vital. En definitiva, La maravillosa vida breve de Oscar Wao es una novela notable, rozando lo excelente, pero lastrada por una indefinición de voces narrativas que acaban desenfocando la trama. Pese a ello, es escalofriante pensar lo que puede conseguir Junot Díaz si perfila las bondades descubiertas en este libro. No sólo tiene mi voto de confianza: también tiene un fan en potencia.


martes, 17 de febrero de 2009

cine. La clase. La importancia de un cine social (bien entendido)

El término "cine social" suele provocar escalofríos en el común de los mortales. Y no les culpo: nos han acostumbrado a que cualquier tipo de reivindicación social se haga desde el panfletarismo del panfletarismo, la simplicidad y, en el peor de los casos, la abstracción. Cineastas como Ken Loach o Chantal Akerman pueden haber hecho un favor a la historia del cine social y a sus fans, nadie lo duda, pero lo que está claro es que no han contribuido en exceso a acercar el "mensaje" a las "masas". O, al menos, a las masas contemporáneas acostumbradas al mensaje fragmentado e hiperactivo de la MTV. Por suerte, parece que estamos viviendo una ola de cambio en la que nuevos cineastas introducen sus manos húmedas en la grieta pulposa que existe entre la ficción y el documental. El resultado aún está por llegar a nuestras tierras, pero en los próximos meses tendremos ejemplos más que interesantes (¡mantened un ojo puesto sobre Vals con Bashir!) y, sobre todo, en la cartelera tenéis algunos de los mejores ejemplos. Aún podéis disfrutar de la increíble La cuestión humana (¿que no es cine social? ¿no habla acaso de la muerte de la conciencia social en el seno del ámbito laboral?)... y de la impactante La Clase.


La Clase es, desde el principio, un proyecto excepcional. Basándose en el libro de François Bégaudeu, en el que dejó por escrito sus vivencias como periodista, el cineasta Laurent Cantet se dispuso a mezclar aquella base documental con una historia que le rondaba desde hacía tiempo: la de un chico problemático que es expulsado de su colegio. Podría haberlo solucionando ficcionando el libro de Bégaudeu, pero su opción fue la difícil: meterse en una clase de verdad con un grupo de alumnos reales y con el mismo Bégaudeu como profesor-conductor. Su arma: tres cámaras. Y su mejor baza, la paciencia: no solucionó la papeleta en una semanas, sino que se pasó meses y meses con los críos hasta que ellos se acostumbraron a la presencia de la cámara y pudo grabar un material verídico.

El resultado es un testimonio vivo, vibrante y fascinante. Es como mirar unos pececillos que se mueven en el agua del fondo de una barca de pescadores. Cada encuadre, cada escena, encierra una verosimilitud a punt de estallar. Y lo que es más importante: la pericia de Cantet reside en su capacidad para la sutilidad, en su gusto por la línea fina sin subrallado allá donde otros utilizarían el fluorescente. El objetivo final es un retrato de conjunto sublime, trufado de subtramas que nunca abandonan el interior de los muros del colegio: sería fácil explicar mucho de lo que allí pasa dejando al descubierto las vidas de los personajes una vez salen del edificio, pero Cantet se muestra coherente en todo momento con ese Entre les murs del título original del film y sólo nos muestra esa vida interior pero para nada claustrofóbica. Finalmente, con los títulos de crédito debería llegar la típica conversación entre espectadores: "¿Te ha gustado?", "Sí, sí"... Pero, sorprendemente, lo más habitual es que las conversaciones a la salida del cine se centren en el (mal) estado y en (mal)estar de la educación. Ese debería ser, al fin y al cabo, el objetivo de todo cine social. Y por eso La Clase brilla con luz propia como avanzadilla del nuevo documental de ficción: porque lo importante es el mensaje... pero la forma no le va a la zaga.

lunes, 9 de febrero de 2009

tv series. The It Crowd. El poder (o no) de la especialización


Era cuestión de tiempo: si el ser humano tardó varios siglos en darse cuenta de que la especialización era la base para un funcionamiento social y económico óptimo, estaba cantado que, tarde o temprano, el fascinante mundo de las series televisivas acabaría por asimilar esa misma información. Algo se intuía con series (británicas todas... curiosamente) como The Office o Black Books. Incluso en esa "especialización" que el las pantallas norteamericanas se decanta hacia la clase superior de los Beautiful Dirty Rich (Gossip Girl, Privileged...). Pero, volviendo a la cantera de BBC y Channel 4, sin duda la que se lleva la palma es The IT Crowd, una serie centrada en el departamento de informática de una gigantesca empresa que los relega al ostracismo de las catacumbas (reales, sociales y laborales). El punto de partida estira la inagotable madeja de los choques de clase, entendiendo en esta ocasión que existen dos clases básicas: aquellos que saben qué es una memoria RAM y aquellos que entienden más de L Casey Inmunitas que de terminología tecnológica.

El choque sub-cultural de los tres protagonistas (dos informáticos y su jefa de departamento, una inepta del tema que es capaz de asegurar en una reunión que si escribes "google" en Google "se rompe internet") es fuente inagotable de bromas. Pero, en un sabio volantazo de timón de los guionistas, la cosa no se queda en el chascarrillo nerdie. A medida que avanzan los episodios, los argumentos van más allá de la incompetencia social de los informáticos y aterriza en otras temáticas más generales e igualmente desternillantes (la confusión con la pronunciación británica de Peter File, la sovietización del lugar para fumadores de la empresa o la visita del grupo a Gay! A gay musical son, simplemente, sublimes). A la espera de esa tercera temporada, ya emitida en Gran Bretaña (con un jugoso episodio que se chotea directamente de Facebook), no está de más rendirse a la sutil pericia de The IT Crowd: fascinar y enganchar al público sin necesidad de recurrir a la high class (tan dada a las tramas de culebrón) sino bajando el punto de vista a la altura de los ojos de la nueva clase urbana y tendente al nerdismo. Que aprendan al otro lado del Atlántico. Pero que aprendan de verdad: el re-make no es aprendizaje. Es plagio.


viernes, 6 de febrero de 2009

libros. Spanbauer, de fin a principio (más o menos)


El año pasado, por estas mismas fechas, cerraba Ahora es el momento después de un punto y final particularmente intenso. No es anormal que acabe un libro llorando... aunque tampoco es lo más común. Y más allá del sentimentalismo con el que recuerdo aquella lectura, se me quedaron dentro muchas otras impresiones igual de impactantes. Hoy, por estas fechas, acabo de cerrar El hombre que se enamoró de la luna y todo ha vuelto a mi mente, como cuando un olor antiguo te obliga a rescatar memorias perdidas. Por todo eso, me dispongo a destripar a Spanbauer del fin (Ahora es el momento), ya que es su último libro publicado, hasta el principio (El hombre que se enamoró de la luna)... Y he añadido ese "más o menos" en el título de este post porque, a poco que alguien investigue, podrá decirme que El hombre que se enamoró de la luna no es el primer libro de este autor. Muy bien, tenéis razón. Pero sólo han pasado por mis manos estos dos (por ahora), así que ya complementaremos el itinerario en la carrera de Spanbauer a medida que vaya quemando las lecturas que me faltan.

FIN. Ahora es el momento. O cómo dejar claro por qué eres "el maestro". Aquí es necesario hacer un inciso para una puntualización vital: Tom Spanbauer, además de escritor, es profesor y capitoste de lo que él mismo bautizó como Dangerous Writing. Es esa escritura peligrosa una especie de proceso de terapia para el propio escritor, potenciando el minimalismo a la hora de narrar temas que causan miedo o vergüenza en quien escribe. En el libro de estilo de esta escuela destaca la utilización de "caballos" o conceptos (y/o frases) recurrentes que se repiten una y otra vez. ¿Os suena todo lo dicho? ¿Especialmente lo de los "caballos"? Sí señor: Chuck Pahlaniuk es probablemente su discípulo más afamado. Pero, repito, leer Ahora es el momento deja claro por qué Spanbauer es "el maestro". Básicamente, porque lo que en Pahlaniuk acaba por aburrir e irse por las ramas más inverosímiles, en manos del profesor se convierte en una bella herramienta de cristal. Y es que Spanbauer es, ante todo, transparente a la hora de exponer la emocionante y emotiva historia de ese Rigby John Klusener que empieza y acaba el libro en el mismo sitio y en el mismo tiempo. En medio, toda su infancia y adolescencia narrada en primera persona: una historia de cómo el auto conocimiento puede separarte de tu entorno o, dicho en palabras inversas, de cómo tu entorno puede desear apartarte de tí mismo... obligándote al drama para acabar siendo quien eres. Pura America rural subvirtiendo (o dejando al descubierto lo que se intuye en) La Biblia de Neón de JK Toole. Y todo con una transparencia que pone las vivencias de Rigby John a la altura de tus ojos, nunca por encima ni por debajo. Será por eso que quien lo lee no puede evitar acabar con esos mismos ojos empañados en lágrimas.

PRINCIPIO. El hombre que se enamoró de la luna. Una vez leído Ahora es el momento, en El hombre que se enamoró de la luna es inevitable ir tropezando con ciertos vicios que, se nota, Spanbauer ha ido puliendo con el paso del tiempo. Y es que el segundo libro de este autor (el primero es Lugares Remotos) peca, precisamente, de elevar unos palmos no sólo la altura de los ojos de sus protagonistas, sino la del propio escritor y (pretendidamente) la del lector. La trama se ve salpicada de un misticismo algo excesivo que hace que el libro aterrice en las peligrosas aguas pantanosas del realismo mágico... Pero, sorprendentemente, y pese a este pequeño lastre, Spanbauer sale del embolado con nota. Incluso con nota de excelente (de 8.5 que el profesor decide subir porque le cae bien el alumno). Y todo gracias a su espectacular capacidad para abrir el pecho de sus personajes y dejar al descubierto sus entrañas de la forma más dulce y sutil, mientras los maneja con hilos invisibles a través de una trama que parece que va a estallar visualmente en cualquier momento. El hombre que se enamoró de la luna supura un magnetismo ineludible, de tal forma que es inevitable acabar prendado de esta historia que, precisamente, pone especial mimo sobre la figura del cuenta cuentos, a la pericia de narrar. La naturalidad con la que viven sus vidas Cobertizo, Alma Hatch, Dellwood Barker e Ida Richilieu, en contraposición a esa América rural omnipresente en Spanbauer, está abocada al drama (en una estructura, narrada en primera persona por el mismo Cobertizo, excesivamente parecida a la de Ahora es el momento). Y aunque el autor resuelve la trama con sucesivos zarpazos de pesimismo, el lector se encontrará, al final del camino, con el corazón encendido: Spanbauer consigue, sin aspavientos ni subrayados, que te pongas del lado de sus protagonistas. Que te pongas del lado de aquellos que (una vez más) son quienes son, sin emportarles el medio que les rodea.