miércoles, 20 de agosto de 2008

cine. Apitchapong Weerasethakul

Normalmente me dejo llevar por mis filias de forma inmediata. Si veo una película que me alucina, me hago fan del director. Si escucho un disco que me arrebata, me hago fan del grupo. Así hasta el infinito y más allá... Y luego pasa lo que pasa. Que muchas veces el segundo contacto me baja los humos. Por eso precisamente (y porque cuando vi la primera película dirigida por él, Too cool to ber forgotten todavía ni existía), me he decidido a dedicarle un post a Apitchapong Weerasethakul justo después de la segunda toma de contacto. O mejor debería decir: justo después de que su Syndromes and a century pusiera de punta (casi) todos los pelos de mi cuerpo. Pero vayamos paso a paso.



Tropical Malady supuso un primer choque frontal contra el estilo de Apitchapong Weerasethakul. Es un film-díptico dividido en dos partes que no es que se retroalimenten, sino que explican lo mismo partiendo de diferentes referencias. La primera parte narra la esquiva historia de amor entre un soldado y un chico en el corazón de una Tailandia rural en la que (se intuye que) la homosexualidad no está demasiado bien vista. La segunda mitad es un delicioso y perverso cuento tradicional tailandés puesto en imágenes. En este segmento, el mismo soldado persigue y es perseguido por un espíritu de la selva que no es otro que el chico del que está enamorado en la primera parte. El clímax final llega cuando el soldado debe decidir entre asesinar a ese espíritu o dejarse absorver por él, aceptarlo y convertirse en un único ser. No hace falta que destripe el evidente entresijo metafórico, ¿verdad? Pero es que Weeraethakul no se queda en un fondo apasionante, sino que se destapa como practicante de una forma apaciguada y alejada de los cánones de la narrativa tradicional (¿escenas? ¿progresión argumental? ¡bah!). Opta, sin embargo, por los planos largos y evocativos en los que pasa mucho más a nivel emocional (tanto por parte de los personajes como por parte del espectador) que a nivel argumental. Supongo que todo lo dicho ya os permite haceros una idea de si os gustará el cine de este director o no... Pero no os quedéis aquí, porque Syndromes and a century va un paso más allá.



Y es que la historia de Syndromes and a century es, simple y llanamente, inexistente. El propio director lanzó sobre la prensa un dulce fantasma que ha recorrido la película de cabo a rabo: afirmó que el film capturaba cómo se conocieron sus padres, médicos ambos, y los ambientes hospitalarios (de hospital, no de acogedor... aunque también) por los que discurrió su infancia. Lo dicho: esta cohartada no es más que un espectro burlón dispuesto a despistar a todo aquel que se plante delante del film esperando un argumento clásico. De nuevo, el metraje se divide en forma de díptico en el que se repiten actores, situaciones e incluso personajes. La primera parte transcurre en un hospital evidentemente antiguo (de la época en la que los padres de Weerasethakul se conocieron, seguramente), rodeado de exhuberante vegetación, en el que las relaciones personales entre pacientes y médicos es fluida e incluso ingenua. La segunda mitad, sin embargo, repite personajes y situaciones pero cambia el marco: en esta ocasión, el hospital está tecnificado de forma extrema (lo que nos hace pensar que retrata el presente) y a través de sus ventanas se pueden ver rascacielos y edificios modernos. Las relaciones entre médicos y pacientes pueden parecer más frías en un primer momento, pero pronto adviertes que la intención del director no es, ni mucho menos, esbozar un alegato en favor del pasado. Llegados al final, es inevitable pensar que la intención de Weerasethakul, de hecho, no responde a ninguna intención argumental. Es, ni más ni menos, que ese retrato (pausado, con el estilo y el ritmo comatoso de su anterior film) de los espacios, las relaciones, las anécdotas que forman la base de sus memorias infantiles. Y es que, al fin y al cabo, ese bellísimo plano que casi cierra la película, en el que una hipnótica bruma se escurre por un succionador de humo, no es más que una nueva metáfora de la disolución de la memoria... y de lo efectivo que puede ser el cine (y el arte en general) como arma contra este proceso de destrucción.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Oye, que a mi también me gusta Matrimonio con hijos, by da way. Creo q deberías darle una segunda oportunidad ;)

Raül De Tena dijo...

Que no!!! Que acabo de darme cuenta de que estamos confundiéndonos!! A mi Matrimonio con hijos también me flipaba!! Lo que no me molaba era Escenas de matrimonio (una españolada horrible!! arghf). Aun así, más que nada tenemos que hacernos fans de Impares!! xD

(Por cierto... qué grande hablar de estas cosas con el Apitchapong Weerasethakul como tema del post!! jajajaja!! somos grandes grandes!!)

Anónimo dijo...

Grandes, grandes. No lo olvides, don´t forget: apichapong güirasetacul.

Escenas de matrimonio es lo peor, ya me parecía raro q no te gustase Matrimonio con hijos, Raülillo! Nada q ver! Y... esto eh... ¿Impares?, pero si ya somos fanses... ;)

Anónimo dijo...

ni escenas de matrimonio, ni matrimonio con hijos: WEEDS! y peep show!

y nene, despues de tragarme tropical malady, a mi no me engatusas (es diu aixi?) mas... aunque tal y como lo explicas suena taaaan bien y taaaan interesante... pero no nos engañemos: 50 minutos de un tio paseandose por un bosque y un tigre siguiendolo - sin hablar, sin que pase nada de nada, NO ES GUAI, ES UN P.E.Ñ.A.Z.O. jaja

pero yo respeto que te guste el asgughsyga weidshavhsfd o como se diga el señor este

quiero volver a estar de vacaciones... :_(

Aureliano Sanchez dijo...

...cine moderno, magistral por donde se le vea.