jueves, 19 de marzo de 2009

cine. El luchador

Cuando terminé de ver Réquiem por un sueño, hace ya unos añazos, dije varias cosas... y ninguna buena. Entre ellas, destacaban las siguientes:
  • La trama es simple, efectista y pretenciosa.
  • Los personajes son maniqueos hasta decir basta.
  • Visualmente muy bonita, sí. Pero pura mímesis.
¿A que viene este flash-back? A que, cuando salí del cine en el que había visto El Luchador, hace ya unos días, no pude evitar decir varias cosas y ninguna buena. Pero, sobre todo, lo curioso es que eran exactamente las mismas que critiqué en el film que hizo grande Darren Aronofsky y que han sido las constantes que, film tras film, han ido cavando su propia tumba. Vamos a por el deja-vu:


LA TRAMA ES SIMPLE, EFECTISTA Y PRETENCIOSA. Se puede resumir en una línea, lo que no siempre es malo: antigua estrella de la lucha libre se resiste a abandonar su carrera por mucho que esté totalmente desconectado del mundo más allá de las cuerdas del cuadrilátero. Se medio enrolla con una stripper, y la caga. Intenta reconciliarse con su hija, y la caga. Suena mal así resumido, pero es que sobre la pantalla es peor. Mucho peor. La trama se expone a través de escenas sin profundidad alguna, con menos verosimilitud que el cuento de Caperucita Roja: las acciones buscan la espectacularidad a través de la rimbombancia, creyendo que mostrar a un Mickey Rourke con menos movilidad facial que Keanu Reeves ya es suficiente para dotar de magnetismo a la cinta. Si todo esto parece malo, aún hay más: Aronofsky no conoce límites en su pretenciosidad y aborda la caída del mito, uno de los temas más interesantes de la cultura contemporánea. A lo que yo sólo puedo exclamar: Manolete, ¿¡si no sabes torear, pa qué te metes!? Darren, esta vez has mordido más de lo que podías masticar.

LOS PERSONAJES SON MANIQUEOS HASTA DECIR BASTA. No hay profundidad psicológica que justifique las acciones de los personajes (la "reconciliación" padre-hija y la posterior pelea son, simplemente, bochornosas). Todos se mueven a golpe de guión. Y, teniendo en cuenta que el guión es flojo, no es difícil imaginar que los actores tienen poquitas capas que explorar en sus interpretación. Más bien, ninguna capa: sólo hay lo que ves desde el principio. Y esto no sería malo si Aronofsky no introdujera un vergonzoso discurso previo al final (y destinado a magnificar la cosa) de "lo que hay dentro de las cuatro cuerdas no me hace daño: es lo que hay fuera lo que me hiere". De nuevo: pretencioso. Parece ser que para este director sólo existen los colores absolutos (el rojo intenso del héroe total, el azul pálido de la prostituta humilde y buena gente). Y claro, combinar colores absolutos puede impactar al espectador. Pero, en mi caso, llamadme raro, me gustan los grises y los colores intermedios.

VISUALMENTE MUY BONITA, SÍ. PERO PURA MÍMESIS. Réquiem por un sueño cogía la estética indie de celebración audiovisual de finales de los noventa y la llevó a un extremo, eso sí, delicioso. The Fountain flirteó con la estética del cine clásico para inocularle un virus de cine de género... y fracasó. En esta ocasión, El Luchador recurre al cine indie de toda la vida, con cámara movida y texturas cerdas, convirtiendo la falta de pretensiones visuales en un simple juego mimético. Algunos dirán que el director depura su estilo a favor de la desnudez del film. Yo digo que, simple y llanamente, todavía no he visto ni un atisbo de "estilo" en Aronofsky.

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