lunes, 9 de marzo de 2009

tv series. The Office: la importancia del estado personal


HACE UN PAR DE AÑOS... que vi la primera temporada de The Office (la versión británica). Según recuerdo, aquellos días me descojonaba una media de tres veces por minuto, los personajes me parecían supurantemente cómicos, las tramas desternillantes... Sin embargo, lo dejé parado y postergué la segunda temporada "para más adelante". Ese "para más adelante" se ha convertido en "un par de años". Y algo ha tenido que cambiar, porque...


A DÍA DE HOY... por fin he ventilado la segunda temporada de The Office y los especiales de Navidad. Y, tal y como intuía hace un par de años, es una de las mejores series de televisión que he visto nunca. El único problema es que mi relación con el material de Ricky Gervais se ha instaurado en una zona tan ambigua que me veo incapaz de encorsetarla en el género de la comedia. Porque, en esta ocasión, más que reir, cada capítulo me ha conducido al borde de las lágrimas y el desagrado. El personaje de David Brent (Gervais) me ha resultado desagradable hasta el nivel de la náusea: su caracterización de jefe arrogante e ignorante a partes iguales dejó de hacerme gracia en el primer capítulo para provocarme un rechazo tremendo. Y ese malestar, probablemente, sea un logro mucho más profundo que los chascarrillos inmediatos que son los causantes de que la serie entre por los ojos a la primera. Ahí va la primera gran baza de The Office.

El resto de logros son más habituales pero igual de interesantes. El nivel de comicidad de cada capítulo es elevadísimo, pero la pericia de Gervais para trocar lo gracioso en dramático roza la genialidad: conocedor de que al drama le basta un plano para filtrarse en los acontecimientos, los gags se mantienen en cámara más allá de su resolución, revelando el patetismo de un personaje que se tropieza con la tristeza de su propia realidad pero sigue actuando como si nada. Basta con sostener el plano de Brent justo después de cagarla para que la sonrisa se te congele y adviertas la tragedia detrás de este pelele.

Por lo demás, se puede afirmar que lo que hace grande a The Office es, precisamente, la implementación de una clásica historia de amor en el seno de una comedia corrosiva pero trágicamente real (no es difícil ver reflejado tu lugar de trabajo en la oficina de Brent y compañía, ¿verdad?). La relación entre Dawn (Lucy Davis) y Tim (Martin Freeman) corre por los caminos de esa abulia de clase media-baja contra la que es tan difícil luchar. Y es por eso que su triunfo final es nuestro triunfo. Es tan fácil conectar con todo lo explicado en The Office porque nunca recurre a la facilidad del melodrama, sino que bebe de las dificultades de la realidad. Y será por eso, porque mi realidad, mi estado personal, no es el mismo ahora que hace dos años, que las risas de entonces no han desaparecido, pero se han visto enriquecidas con lagrimitas nada culpables.

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