viernes, 20 de marzo de 2009

cine. Vals con Bashir


Hace un tiempo, al hablar sobre La Clase (en este post), mencionaba Vals con Bashir como un más que posible bastión de la nueva-vieja tendencia de ficción documental. Para aquellos que leen en diagonal y que, muy probablemente, no pasen de las primeras líneas de esta reseña, voy a poner toda la carne en el asador desde el principio: el film de Ari Folman no es la victoria absoluta que se preveía... Pero tampoco es, ni de lejos, un fracaso. Sin intelectualizaciones ni tonterías se puede resumir en: está muy bien, pero no es excelente. Para los que gustan de las intelectualizaciones, sin embargo, empecemos con ellas...

Si algo parecía interesante en Vals con Bashir, a priori, era precisamente su calidad de documental animado: a falta de imágenes reales que documentaran los recuerdos de Ari Folman durante la guerra del Líbano en 1982, el director opta por la técnica de animación para recrear la realidad y ampliar las fronteras de la memoria a través de las licencias poéticas. El resultado final es fascinante: un disparo que explota en un lateral de tu cerebro (el lado de las emociones) para dejar allá, impresas, múltiples estampas. El problema es que el film acaba funcionando más como colección de estampas que como fluir continuo: la calidad de la animación es algo patillera, desluciendo ligeramente por momentos la belleza que habita lo mostrado. Un fallo menor si se tiene en cuenta el nivel del logro estético.

Por otra parte, Folman consigue que, entre los pliegues de su film, se cuelen disertaciones totalmente sublimes sobre el (mal)funcionamiento de la memoria: el falseamiento de recuerdos o los bloqueos autoimpuestos como medida habitual de construir nuestra auto biografía. Al llegar al final, sin embargo, queda la sensación de que esas reflexiones son piedras preciosas que el director ha encontrado por casualidad mientras escarbaba a la búsqueda de huesos de cadáveres. Que ha sabido aprovechar el brillo de esos diamantes es innegable; lo que hay que plantearse es si, finalmente, consigue ensamblarlo todo en pos de una reflexión final interesante. No es así: el brillo de los diamantes dura lo que la película. Que no es poco.

El cierre es excepcional: las últimas imágenes no son sólo un puñetazo en el estómago de la memoria del propio director, sino una colleja sonora a la conciencia del espectador. Lo que has visto durante hora y media puede que te haya parecido una poetización de algo tan descarnado como la guerra. Pero la realidad, duele. Mucho.

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